La República y sus implicaciones para la administración pública

La República y sus implicaciones para la administración pública

16 de Julio del 2025

Por Gregorio Montero

Si bien los orígenes del concepto república hunde sus raíces en la antigüedad, en Grecia y Roma, concretamente, el mismo ha venido evolucionando con el paso del tiempo, como respuesta a los nuevos acontecimientos sociales y políticos, que van exigiendo otras formas de organización de la nación y la sociedad.

Es cierto que el término república es una derivación del vocablo latino res pública, que hace alusión a la “cosa pública”, es decir, lo que pertenece a todos, y, más específicamente, se refiere a los asuntos del pueblo.

El concepto vio la luz con el vocablo griego Politeia, que, visto desde la óptica de los filósofos Platón y Aristóteles, describía la forma en que los griegos y los romanos organizaban sus ciudades-estados; esa era, precisamente, la discusión filosófica central en sus afamadas obras “La República” y “La Política”, respectivamente.

El filósofo romano Cicerón, en su obra titulada “De re pública”, afirmó que la república, en tanto cosa del pueblo, es una asociación de individuos unidos por un interés común y un derecho compartido; gracias a los aportes invaluables del filósofo, fue asumida como la forma más idónea para la organización de la sociedad y el gobierno, en la que se excluye la visión del poder heredado, por lo que el monarca no cuenta, dando paso con ello a la tesis de la elección de los gobernantes, cónsules y senadores, por parte del pueblo, así como a la teoría de la representación.

Surge en Grecia el concepto de democracia, que refuerza el ideal y la lucha por instituir una forma de gobierno en la que el poder descansa en el pueblo, quien a su vez elige, por lo regular de manera directa, a los gobernantes, para que le represente; se contemplan mecanismos que permiten que los ciudadanos participen activamente en la toma de las decisiones sobre los asuntos públicos importantes para la comunidad.

Claro, otros periodos históricos como la Edad Media y el Renacimiento, caracterizados por escenarios políticos y culturales diferenciados, marcaron y aceleraron el proceso evolutivo del concepto de república y la práctica republicana, haciendo aparecer y valer como nuevas cuestiones esenciales los valores y virtudes cívicas de los gobernantes y la participación ciudadana con un criterio más amplio.

Es importante destacar que, independientemente de las agitaciones, convulsiones e incertidumbres que son propias del paso del tiempo, el interés por la república, como teoría de organización y praxis de gobierno, se ha mantenido firme, gracias a los pensadores políticos y sociales de todas las épocas.

El Renacimiento y la Ilustración dieron paso al republicanismo moderno, con toda la carga histórica, política y social que este estadio representa, pues emerge con más claridad la idea de que el poder emana del pueblo, por tanto, es el titular de dicho poder.

Desde el inicio, el signo de más fuerza distintiva de la república ha sido la democracia representativa y la cada vez más amplia participación de la ciudadanía en los asuntos de interés público. La república moderna marca distancia con el republicanismo clásico, centrándose más en el activismo ciudadano y en la aprobación de leyes, y en el diseño de instituciones que hagan posible el cumplimiento de la más excelsa finalidad el Estado: el bien común, a través de políticas y acciones gubernamentales efectivas.

La república moderna es sin duda el símbolo del ideal político que todos deseamos realizar, cuyos fundamentos y características reivindican la soberanía popular, la erradicación de las formas monárquicas del ejercicio poder, del contrapeso de los poderes estatales, el Estado de Derecho, el principio de juridicidad, el logro del bien común, como categoría y fin esencial que justifica la existencia del Estado, el rol central de la ciudadanía, entre otros ideales.

Siempre habrá que reconocer el gran aporte hecho por la revolución francesa al enfoque republicano moderno, con sus atinados ideales expresados en el lema “libertad, igualdad y fraternidad”, expresado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, legado imperecedero que dejó atrás al “Antiguo Régimen”.

Para el filósofo y pensador político francés de la Ilustración, Montesquieu, la vida en república exige amor a la patria y a la igualdad, tanto como de virtud cívica, lo que para él contribuye decididamente a la preservación de la libertad política y garantiza que el interés público prime sobre el interés privado.

De todas formas, en su proceso evolutivo, y en la actualidad, algunas configuraciones republicanas se han aparatado de algunos de sus pilares, pues, ciertamente, la república ha servido, desafortunadamente, dado el vaivén de los procesos históricos, para alojar a demócratas, pero también a déspotas y tiranos, lo que ha llevado a distorsiones desechables. En ese devenir evolutivo, en la vida republicana hemos conocido, y conocemos, expresiones y derivaciones que acogen formas de repúblicas democráticas, autoritarias, presidencialistas, parlamentarias, federadas, unitarias, etc.; muchas de ellas con características muy particulares, como, por ejemplo, la monarquía parlamentaria.

Es importante apuntalar que cada tipo o manifestación de la organización del gobierno en forma de republica responde a contextos históricos, políticos, sociales y culturales que se imponen y la determinan. Lo real, no podemos soslayarlo, es que la forma de gobierno republicana está atada a los principios y valores de la democracia; en la república, el pueblo, depositario del poder supremo, lo que hace es delegar de manera transitoria este poder en sus representantes, que el mismo pueblo elige libremente. El pueblo es el titular del poder, los representantes, los elegidos, lo ejercen en su nombre.

Vale señalar aquí la visión y el aporte del filósofo y sociólogo alemán Jurgen Habermas (1981), quien, aunque no se considera un pensador netamente republicano, su teoría sobre la democracia encaja perfectamente, pues en su concepto de participación activa de la ciudadanía estableció que la discusión pública es fundamental para formar la voluntad política.

Aquí es donde la actividad administrativa, que, en la república, es desarrollada por el Poder Ejecutivo del Estado, adquiere una posición trascendental, pues ella implica, entre otras cosas, la aplicación de las leyes y la prestación de los servicios públicos, con el propósito de garantizar el bien común y el respeto de la dignidad humana. Los valores y finalidad suprema de la república se concretan, principalmente, por medio de la Administración Pública, la que, a través de las instituciones que la conforman, sirve de representación en la interacción que se produce entre el Estado y la sociedad.

La vida republicana se concreta, principalmente, en y desde la administración, que es además garante de principios tradicionales y recientes que caracterizan el republicanismo en la actualidad, tales como bien común, imperio de la ley, eficiencia, libertad, igualdad, protección de derechos, dignidad humana, justicia social, virtud ciudadana, participación y transparencia.

Actualmente, la preservación de la esencia y los valores de la república está supeditada, de forma obligatoria, a la calidad y efectividad de la democracia y al hecho de que la Administración Pública sea en verdad el catalizador de los derechos fundamentales de las personas y sea expresión del buen gobierno.

Hoy, de forma lamentable, como vemos, voces agoreras y desproporcionadas, justificándose en las fallas indiscutibles de la democracia y la falta de respuesta de la Administración Pública, que sin duda hay que superar, reivindican sin escrúpulos la vuelta a modelos autoritarios de gobierno. Entonces, es cuando con firmeza debemos repensar la república desde su significado auténtico y valores profundos, y con base en ello, entenderla y hacer que se entienda, renovarla y colocarla en el centro de la organización de la nación y la sociedad.

El camino posible en la actualidad es repensar la república, que significa lograr que la democracia funcione, que las instituciones públicas actúen en pro del interés general y que la ciudadanía se involucre y confíe.

¡La república es para el cuerpo social lo que es el corazón para el cuerpo humano!

FUENTE: DEPARTAMENTO DE COMUNICACIONES INAP.