La gestión pública y sus entornos turbulentos

La gestión pública y sus entornos turbulentos

15 de Octubre del 2025

Por Gregorio Montero

La palabra gestión es utilizada de forma muy profusa en la actualidad, incluso en ocasiones se abusa de su uso. Su significado etimológico se ubica en el latín gestio; también se conoce como gestionis, que quiere decir dirigir, ejecutar, llevar a cabo, hacer, etc.; con la influencia de estas últimas nomenclaturas (llevar a cabo y hacer), se asocia a otros latinismos como gerere y gestus.

Lo importante es que la palabra gestión denota movimiento, acción, realización, y en cualquier ámbito organizacional en que se aplique convoca a actuar con el propósito de lograr objetivos y metas; en consecuencia, gestionar es dirigir de forma correcta las organizaciones para alcanzar un fin que ha sido previamente concebido, y que se asume su cumplimiento será debidamente evaluado.

La gestión, así, como sustantivo, o gestionar, como verbo, tiene una serie de implicaciones científicas y técnicas que le dotan de una cierta predictibilidad en el terreno institucional, por lo que no se trata solo de una responsabilidad que se asigna a alguien, sino, principalmente, de una forma de actuar de las personas que tienen dicha responsabilidad, con la cual deben garantizar cumplir con los cometidos que han sido establecidos.

Aquí es importante entender con claridad las diferencias que existen entre gestionar y administrar, a pesar de las similitudes y estrecha relación que tienen; la administración se enfoca en los aspectos generales, estrategias y planes de la organización, mientras que la gestión se centra en la operatividad para lograr las estrategias, es, en síntesis, la dimensión táctica.

Precisamente, a lo que queremos limitarnos en este artículo es a reflexionar sobre las situaciones que caracterizan el entorno en el que operan los gestores en la Administración Pública, a identificar los escollos institucionales que debe enfrentar la gestión en estos tiempos, los que sin duda le dificultan cumplir su rol con efectividad, toda vez que esa capacidad de predictibilidad que se le atribuía con seguridad se ha visto mermada, como consecuencia de lo que nosotros denominamos el entorno turbulento de la gestión pública, entendiendo que con turbulencia se hace referencia a confusión y perturbación. Es claro que las labores de gobernar y administrar el sector público están siendo atacadas por la incertidumbre y la agitación, las que afectan la gestión y se convierten en retos para ella.

Así, no es casualidad, están marcados los escenarios complejos de la gestión pública en este siglo, los que, a juicio de Francisco Longo (2008), profesor e investigador español, son consecuencia del hecho de que los problemas sociales contemporáneos son trasladados a los gobiernos y a las instituciones estatales. Con esto se eleva el nivel de conflictividad, reflejándose con mucha fuerza en el sector público, y de manera particular en el ámbito del Poder Ejecutivo, por lo que administrar bien requiere de políticas públicas inteligentes y de una planificación impecable, todo lo cual exige de enfoques modernos de gestión pública, que sean capaces de interpelar e interpretar adecuadamente lo que está ocurriendo en el seno de la sociedad, para poder entender, además, que se debe dar respuesta oportuna, aun, y con mayor razón, ante la turbulencia.

Dentro de los fenómenos que caracterizan ese entorno turbulento y convulso que señalamos, muchos de los cuales han sorprendido a gobernantes y gestores públicos, está una mayor presencia ciudadana en la discusión de los problemas públicos y en los ámbitos de la gestión, lo que descoloca a ciertas autoridades que no estaban acostumbrados ni preparados para ello. Tal vez la situación no es producto de la participación social per se, que se erige como uno de los derechos fundamentales de mayor impacto, sino de la falta de comprensión de quienes conducen la cosa pública, que no la asumen como unos de los ejes de cualquier modelo de gestión; en efecto, el problema no es que la gente participe y presione, el problema es que no sepan entenderlo y gestionarlo quienes dirigen.

En conexión con lo anterior, la ampliación de los derechos fundamentales y sus garantías, y con ello el ensanchamiento y diversificación de los sistemas de prestación de los servicios públicos y los trámites administrativos están desbordando las capacidades de respuestas institucionales y la paciencia de la gente, que es cada vez más exigente y presente, ya que los medios jurídicos, institucionales y tecnológicos se lo permiten. Poco se entiende que la capacidad de respuesta está supeditada, primero, a la planificación correcta y, luego, a la pertinente conducción de esa planificación, que es donde entra la gestión, con un conjunto de herramientas científicas y técnicas que, bien diseñadas y ejecutadas, contribuyen a disminuir los efectos negativos que generan malestar en la población.

Otro fenómeno que genera turbulencia en el entorno de la gestión pública es la poca disponibilidad de recursos. La crisis económica hace que los fondos estatales no sean suficientes para enfrentar los crecientes problemas públicos, lo que genera mucha ansiedad; hay que tomar en cuenta que el reconocimiento de los derechos fundamentales y la prestación de los servicios públicos, como mandatos constitucionales, no admiten postergación, todos son prioritarios. Aquí yace una tensión permanente, muchos problemas, muchas demandas sociales, pocos recursos financieros; la clave es acordar con la ciudadanía, planificar estratégicamente, organizar el modelo de gestión pública con base en los principios científicos y técnicos, evaluar las acciones y proteger los bienes estatales.

Es necesario insistir en la confianza, esta es una cuestión central para mitigar la tensión entre gobernantes y gobernados, esto le corresponde, en buena parte, a la gestión institucional; si algo afecta la tranquilidad de la operatividad de las instituciones es la aprehensión permanente y la incredulidad de la ciudadanía respecto de ellas. Las personas reclaman resultados que impacten en su bienestar, la gestión debe orientarse hacia ellos, pero requiere de una planificación previa que se lo facilite, por lo que debe darse la coordinación que corresponde, que permita sinergia entre quienes administran y quienes gestionan; la franja política y la franja técnica de la Administración Púbica deben entender y respetar mutuamente sus roles, aquí se presenta con frecuencia una relación confusa.

El uso de la tecnología de la información está tornando complejo el entorno de la gestión pública, pues se confunde con cierta recurrencia el verdadero fin de las soluciones informáticas, sobre todo ahora que ha tomado un relieve de extrema seriedad, especialmente con su evolución indetenible a la Inteligencia Artificial. No es saludable para la gestión que se piense que la tecnología es un fin y no un medio para mejorar el abordaje de los verdaderos problemas púbicos; la cuestión no es con cuántos equipos y herramientas tecnológicas contamos, sino cuántos problemas sociales solucionamos, cómo impactan en la viabilidad de la relación de las personas con las instituciones y qué tanto aportan a la mejora del sector público; en definitiva, asumir la tecnología con criterio de inversión.

Esto obliga a entender y abordar la cuestión de las tecnologías en la Administración Pública desde un marco más general y abarcador, el del gobierno abierto, para entender que estas operan en un entorno más estratégico, como uno de los componentes que debe combinarse con otros sumamente importantes, como la debida prestación de servicios, la transparencia, el libre acceso a la información, los datos abiertos, la participación ciudadana, la colaboración y el desarrollo sostenible.

Lo más complicado en todo esto es que el sector público es el catalizador por excelencia del desarrollo nacional, es el que debe dar el impulso necesario a todos los demás actores sociales y económicos, por lo que no habrá nunca excusas, pese a las circunstancias adversas en que le toca desenvolverse. Esto obliga a contar con un liderazgo institucional, político y gerencial comprometido y con las competencias y habilidades que reclaman estos tiempos; ese liderazgo que facilite la función directiva y contribuya a lograr una mejor dirección pública.

Estos entornos turbulentos que encara la gestión pública hoy deben constituir el aliciente, la motivación, para construir y asumir modelos de conducción de las estrategias y políticas públicas que se necesitan para avanzar, amparados en criterios científicos y técnicos que ayuden a reencontrarnos con ese carácter de predictibilidad que debe acompañar a la gestión de los entes y órganos públicos.

Gestionar correctamente lo público exige que se entienda bien la complejidad del entorno en que nos movemos.

FUENTE: DEPARTAMENTO DE COMUNICACIONES INAP.