La buena política y su vínculo con la buena administración

La buena política y su vínculo con la buena administración

18 Febrero del 2025

Por Gregorio Montero

La política es la ciencia que permite construir y poner en práctica los conceptos, ideas y herramientas que hacen posible el efectivo ejercicio del poder. Es la ciencia del poder, como se dice; ella es, en consecuencia, un medio para cristalizar los sueños y los anhelos de una colectividad. La política ha sido estudiada y desarrollada históricamente desde la óptica de filósofos, juristas, politólogos, economistas, sociólogos, y otros, por lo que es poseedora de un alcance vasto, que la ubica como una de las ciencias sociales más profusas e interesantes; está asociada a actividades que guardan relación con la forma en que se organizan el Estado y el gobierno, con la toma de decisiones, con la distribución de recursos y con las formas en que se relaciona la autoridad pública con la ciudadanía.

En el mismo orden, la política, en tanto ciencia, se vincula con los mecanismos de participación ciudadana y con las maneras en que se distribuye el poder del Estado y las formas en que este procura concretar el cumplimiento de su fin último; por esto, resultan de total interés las políticas públicas que, con carácter inclusivo, se adopten para lograr, con base en la cláusula social, la prestación oportuna de los servicios públicos, los que a su vez deben ser garantes del desarrollo humano integral. En el contexto actual, la ciencia política, como también su práctica, debe desarrollarse en un marco de valores y principios, como la paz, el interés general y la dignidad humana; todo ello, dirigido a resolver problemas públicos y a garantizar la convivencia colectiva, que es la esencia de la política.

Dada la complejidad del ejercicio de la política, y de las desviaciones que se producen, lo que la aleja de su razón de ser, varias teorías y conceptos han surgido, con ello los tratadistas tratan de recalcar y acentuar el rol de la política y sus nobles fines; uno de esos conceptos está asociado, precisamente, a la denominada buena política, con lo que se deja claramente establecido que existe la mala política, y de la cual procuran diferenciarla. La buena política hace alusión a que el poder se ejerce en beneficio de la comunidad, lo que cuenta es el bienestar social, y los intereses personales o particulares hacen parte de un segundo plano; lo contrario, es la mala política; en esta lógica, el mantenimiento del poder solo se justifica por su buen uso, es decir, basado en la buena política.

Concretamente, la buena política se sustenta en ciertos valores que siguen siendo objeto de análisis, y que tiene su base no solo en el ejercicio del poder propiamente dicho, o en la conducción del Estado y el gobierno, sino también en la misma forma en que se hace la política desde los partidos y agrupaciones políticas, pues se debe entender que a lo interno de estos también se produce una relación de poder, y el comportamiento de su dirigentes condicionará, sin duda, su conducta posterior como autoridades públicas. Si la política partidista se sustenta en la falta de conocimiento, en la incapacidad, en el clientelismo, en la mentira, en alianzas con sectores espurios, etc., estas mismas desviaciones, lamentablemente, marcarán pautas a los funcionarios, a las políticas y a las acciones estatales y gubernamentales.

Ahora bien, la buena política se nutre de buenos políticos, y los buenos políticos se identifican y se rigen por los valores que ponen en práctica de forma inequívoca, tales como vocación de servicio a la sociedad, firmes convicciones, profundidad ética y honestidad, debate de las ideas, no atacan en lo personal, actúan con justicia en todos los escenarios, se enfocan en los objetivos comunes, son transparentes por convicción, escuchan con atención las opiniones de los demás, son proclives al cambio cada vez que es necesario, son intolerantes a la corrupción, entre otros. Como complemento de esto, la buena política requiere de una ciudadanía que es crítica y autocrítica, convencida de las ideas que propone para el debate, razona y es solidaria.

En otro orden, tal como hemos señalado en otros escritos, la buena administración se erige como un derecho fundamental que propugna la adecuada organización de los entes y órganos públicos, con miras a que el Estado, la Administración Pública y sus autoridades puedan relacionarse correctamente con la ciudadanía, por medio de la prestación adecuada de los servicios públicos y prácticas administrativas que valoren la dignidad humana y generen confianza, actuando siempre de conformidad con las dimensiones social, democrática, derecho y de justicia. La buena administración, que además de derecho constituye un principio de actuación administrativa, exige que los asuntos públicos sean atendidos con objetividad, prontitud, calidad, calidez, equidad y transparencia.

Siguiendo el hilo del título de este artículo, la buena política determina la buena administración, como los buenos políticos condicionan la existencia de buenos funcionarios públicos. Ante los vicios y los desatinos de la política de hoy día, es vital que se desplieguen todos los esfuerzos posibles para cambiar la forma de ejercer el oficio de la política partidaria, para con ello contribuir a transformar la forma de gestionar la cosa pública; lo primero es tomar la política con la seriedad que ella como ciencia y como arte de dirigir y gobernar implica; también hay que entender perfectamente el grado de responsabilidad que ella conlleva, frente a sí mismo y frente a la sociedad.

En términos prácticos, ¿cómo se pone de manifiesto la buena política y los buenos políticos en la buena administración? Sencillamente, con servidores públicos capaces y honestos, con vocación de servicio y sensibilidad social, pues su nivel de consciencia es lo que les va a permitir entender que su razón de ser es resolver de forma eficiente problemas a la ciudadanía; se pone de manifiesto también a través de la formulación de políticas públicas inclusivas y de la eficiencia en la gestión de los servicios y trámites administrativos. La buena política asume sin ambages la humanización de la Administración Pública, dejando a un lado el egocentrismo y la auto referenciación.

De la misma manera, la buena política se expresa por medio de conductas que privilegian el respeto a las normas y a la institucionalidad, y se alejan de normalización de lo incorrecto y de los antivalores.

Eso sí, la buena política, como la buena administración, responde a unos estándares sociales e institucionales que estamos obligados a trabajar y acordar, y a una filosofía de vida que requiere de unos pilares y valores compartidos, no sujetos a discusión. Aquí, en consecuencia, la educación desde el origen, la ética, la integridad y la actuación transparente, de cara al sol, de políticos, funcionarios públicos y de otros actores sociales, constituyen principios innegociables.

FUENTE: DEPARTAMENTO DE COMUNICACIONES INAP.