Resiliencia y responsabilidad, aún ante la desventura y el dolor

Resiliencia y responsabilidad, aún ante la desventura y el dolor

16 de Abril del 2025

Por Gregorio Montero

En esta ocasión, por considerarlo necesario, aunque de cierta forma guarda relación, me aparto un poco de la línea y del hilo conductor que identifican mis publicaciones en este medio, pues me siento en el insoslayable deber de dedicar algunas reflexiones al fatídico suceso que durante estos días ha colocado en vilo a los dominicanos y le han representado una situación de extremo sufrimiento. Nadie, absolutamente nadie, ha podido abstraerse de la sensación de luto y recogimiento que circula en el aire, lo que habla una vez más de la indiscutible nobleza y del espíritu solidario que adornan a nuestro pueblo.

Es que a penas el lunes 7 de este mismo mes de abril intentaba dar paso al martes 8, de repente, “todo se vino abajo”, literal, el techo de la discoteca Jet Set, icónica para muchos, se desplomó, y con ello se desplomaron, gozos, emociones, planes y esperanzas de muy jóvenes y de otros no tanto. Todo ocurrió, como si se tratara de una conspiración infernal, gestada para detener la emoción de mujeres y hombres, dominicanos y extranjeros, de distintas edades, pertenecientes a diferenciados ámbitos y estratos de la sociedad, que se habían reunido allí con un propósito común: celebrar y divertirse.

Cada uno de los presentes en aquel lugar tenía una vida con sus realidades muy particulares y concretas; desafortunadamente para muchos, los fallecidos, esa vida y realidades dejaron de ser en el instante, en camino o en un centro de salud; para otros, heridos, familiares y todos los dominicanos, esa vida, esas realidades, se trastocaron y se transformaron de forma abrupta y para siempre.

Los congregados en el centro de diversión esa fatídica y detestable madrugada, estaban sumergidos, como era natural, pues a eso fueron, en el baile, la algarabía y el disfrute de una fiesta que amenizaba, con su orquesta de merengue, uno de los más connotados y carismáticos artistas de nuestro país, Rubby Pérez, laureado músico y cantante, poseedor de una de esas voces tan cuidadosamente entonadas que hacen que con solo escuchar el canto que de ella emana sea motivo para que el alma se enternezca y el espíritu y los sentidos se sumerjan en un manantial de inagotables emociones. Con razón se le ha conocido siempre como “la voz más alta del merengue”.

El disfrute era tan pleno que nadie pudo imaginar que en segundos pasarían de un extremo a otro, de la plenitud del gozo a un indescriptible desastre con características de pesadilla, pues, con la caída del techo, y con  muchos asistentes bajo los escombros, la confusión, el llanto, los gritos, los llamados de auxilio, la desesperanza y la desolación se hicieron dueños del escenario; la melódica voz del cantante se apagó inesperadamente (según la información que da cuenta de la desgracia, de que Rubby falleció al instante), el sonido armónico de los instrumentos musicales se esfumó, y de ahí en adelante un ambiente dantesco solo permitió a las instituciones oficiales y a rescatistas rescatar heridos, salvar vidas y recuperar y contabilizar cadáveres.

Las cifras oficiales nos dicen que más de 225 vidas se desvanecieron. Estas nos dejan claro que se trata de una tragedia de dimensiones inauditas.

La incertidumbre monopolizó la escena y el dolor encontró múltiples motivos y formas para manifestarse; entre los motivos cuenta que algunos de los fallecidos celebraban con entusiasmo su fecha de nacimiento. Sin duda, una dramática y compleja escenificación, morir en el momento en que se celebra el haber nacido, así de inoportuna fue la ironía de la vida, el empecinamiento del destino o la maniobra de la mala suerte.

De esta manera se va tejiendo y construyendo, con sufrimiento y con dolor, la historia de un hecho, o un conjunto de hechos, sin precedentes en nuestro país, con amplia resonancia internacional, que, por su impacto social y humano, marcará para siempre la vida de todos los dominicanos. Se trata de una terrible desventura, una verdadera desgracia, pues el suceso ha generado en cada uno, especialmente en los afectados directamente, un estado de infelicidad inenarrable; la tristeza y el pesar se perciben en todos los rincones.

Sabiendo que este nefasto acontecimiento ha significado una gran conmoción, cuyos efectos se prolongarán inevitablemente, corresponde que, asumiendo una actitud resiliente, busquemos la forma de reponernos de esta afectación colectiva. Debemos continuar avanzando, aun en el dolor, debemos levantarnos; la resiliencia nos ayuda a adaptarnos a circunstancias inesperadas y difíciles como la que nos acongoja en este momento, pero también nos motiva a acometer las tareas pendientes y a enfrentar los desafíos para que, con una visión prospectiva, seamos capaces de prevenir y evitar que un suceso similar o de otra naturaleza, pero igual de tormentoso, vuelva a ocurrir, además de que podamos prepararnos para, si ocurriere, gestionarlo de manera más adecuada.

Dentro de las lecciones a aprender está la necesaria asunción de responsabilidad por parte de todo aquel que debió jugar un rol para que la tragedia no sucediera, esto es vital; las normas aplicables en estos casos existen y son bastante claras, su observación y aplicación es la mejor manera de devolver cierta tranquilidad a la ciudadanía. Los fallecidos, lamentablemente, no volverán, los traumas físicos y emocionales no desaparecerán fácilmente, pero el hecho de que se lleve a cabo una investigación rigurosa y transparente y se rinda cuentas sobre el por qué ocurrió y quienes son responsables del descuido, y que cada quien cargue con las consecuencias, posiblemente amortigüe el dolor y lleve un poco de paz a los familiares sufrientes.

Sirva este escrito como una muestra de reconocimiento a todos aquellos, servidores públicos y ciudadanos comunes, que ayudaron en la zona de desastre y que contribuyeron a salvar vidas poniendo en juego la propia y su seguridad; sirva también como una manifestación de solidaridad con todas las familias víctimas de la tragedia, y como un sentido homenaje a todos los que a destiempo perdieron sus vidas, especialmente a mi familiar Luis Emilio Solís (Chican), munícipe y ciudadano de un gran valor humano y profesional, saxofonista que, como integrante de la orquesta, aquella tétrica madrugada se encontraba ejerciendo el arte y el oficio que le apasionó desde su adolescencia, la música.

Vale decir que, además del vínculo familiar, aunque ya nos veíamos de forma esporádica, mi niñez y parte de mi adolescencia, las desarrollé en gran medida junto a Chican, jugando, pues en El Cercado, nuestro pueblo, en San Juan de la Maguana. Vivíamos en casas continuas, cuyos patios, durante mucho tiempo, no tuvieron cerco medianero. ¡Paz en su morada!

Es cierto, el dolor pesa, el duelo y el luto se han diseminado en todo el pueblo, la pesadumbre y la congoja nos arropan, todo ello con sobradas razones; pero no debemos perder de vista que, luego de que amaine el vendaval de incertidumbre y de sufrimientos que asola nuestras almas compungidas, debemos hacer renacer la esperanza para continuar avanzando, seguros de que podremos levantarnos y retomar el ritmo, aportando cada uno lo que le corresponde y tomando los recaudos y correctivos necesarios para que jamás semejantes tragedias y tribulación vuelvan a apoderarse del corazón y la alegría de los dominicanos.

Podemos, debemos y tenemos que hacerlo, en nombre de los que allí murieron y de todos los afectados. Con resiliencia, eso sí, pero también con sentido de responsabilidad.

FUENTE: DEPARTAMENTO DE COMUNICACIONES INAP.